Tu Teatro, mi Teatro

No hace falta haber padecido las calumnias por las que atraviesa un tal Suboficial Beckman ni vivirlas en carne como el propio Wolfgang Borchert para entender que el humanero es el sitio más ficticio y a la vez, el más atractivo. 

Estúpidas convenciones, tontos acuerdos emotivos, engañosos contratos con letras chiquitas, adictivo imaginario, el deseo, el deseo, el deseo...
La bondad no te pertenece, la maldad es sumamente atrayente... han ocultado la verdadera naturaleza del hombre y en su lugar la han suplantado con títeres y tambores, con radios... televisores.

El deseo como motor de consumo, el deseo como motor de producción, ¿fidelidad al deseo?... ¡pan y circo!, nada más.

Acuerdos que no firmó cada uno, ficciones que se vivieron antes de siquiera saber que la ficción era posible. Borchert se quedó sin hígado, aparentemente; ¿a tí te hace falta un riñón? Beckman tiene ya una pierna de palo.

Puedes ser un hombre genial, puedes ser una mujer astuta, pero a caso ¿lo suficientemente consciente como para mirar fuera de ti? ¿fuera de tu ficción? Quien de todos los hombres y las mujeres se hallen a sí mismos inteligentes, que utilicen dicha inteligencia para los estúpidos fines que a ellos convengan, porque la inteligencia situada en el humanero no es más valiosa que las banalidades del mismo.

Corre, Brinca; abraza la belleza del rio, únete a sus criaturas, deja ya este reino de humanos que no se atreven a mirar más allá de sus ficciones.