En la sala de espera

La compasión puede ser un impedimento para la supervivencia.
La noche se recibe con los ojos cerrados.

Retomando

Llego al puente que divide dos partes distintas del pueblo, es de madera y muy vistoso, un pequeño río corre por debajo. El Músico ya estaba allí cuando llegué. 

Él toca la flauta de pico, toca una melodía muy sencilla que en realidad me parece intrascendente y vana. Lo saludo y me saluda con su aire de indiferencia. De pronto me da la flauta y descubro que se trata de mi propia flauta, aquella que usaba algunos años atrás.

Comienzo casi sin darme cuenta a tocar de oído la pieza que el Músico tocaba hace unos momentos. Poco a poco la voy armando hasta que la tengo completa. Él me mía y escucha. Una vez que la tengo comienzo a repetirla, y cada vez que la toco me parece más rica y emotiva a pesar de su simpleza. 

Repito la melodía una y otra vez hasta quedar completamente conmovido. Estoy al borde del llanto, las notas me han parecido grandiosas, mi estado de ánimo se ha transformado radicalmente y me arrepiento de haber juzgado mal tan hermosa pieza. Miro alrededor pero el Músico ya no está allí.

Ella dice Dale Dale

-Oye? Si tuvieras todo lo necesario para vivir y no te preocuparas por nada, ¿a que te dedicarías?

-...mmm, a vagar.

-¿A vagar?
   
-Si, a vagar.

Ella dice: "-Dale, dale..." cuando decide terminar la conversación por alguna otra ocupación, ya sea que hable por teléfono o mande textos por algún medio digital, Dale dale, ándale, ok, si, adelante.

Estira las manos y muestra sus dedos enternecedores, dedos que coronan unas pequeñas manos conmovedoras. Estira las manos y no dice nada a su interlocutor que está sentado justo en el otro sillón individual de la sala.

Él la toma de ambas manos con las suyas y trata de llevarla hacia si. Pero ella se resiste y solo sonríe.

-¿Quieres venir o quieres que vaya?

Ella solo muestra un poco más los dientes blancos de una maravillosa sonrisa.

-Esta bien, voy, hazme un lugar. Dice él.

Ella se levanta y le permite acomodarse a su gusto para después sentarse en sus piernas. Se abraza a él, se acurruca, y ambos toman el té de soya.

El té en esa sala siempre ha tenido el mismo efecto en ellos, un sopor delicioso que los obliga a cerrar los ojos y compartir lo estático del sitio junto con esa planta que funge de adorno a la vez que de mascota.

Ella queda desvanecida es sus brazos y él la sigue en un sueño compartido. Una puerta que se abre repentinamente en el sueño, los hace brincar al unísono, pero eso no es lo suficientemente fuerte como para despertarlos del todo. Cada cual por su lado, naufraga en un sueño casi involuntario. Él cabecea y ella abre la boca mientras las cosas, quietas allá afuera, ven la luz pasar por los polvosos balcones del lugar.

Ella no dice nada cuando decide terminar la conversación, simplemente cuelga el teléfono o con un parco y escrito “ciao” termina la conexión.

Tierra

Ojalá hubiera una planta que al mascarla te enseñara a confiar. Amo a la tierra, pero desconfío de la humanidad.

Fragmento

Un famoso cuentista norteamericano que con el tiempo adquiriría fama mundial; escribió repetidas veces sobre ciertas peculiaridades humanas a las cuales describió como demonios. En la época que vivió y en la cual escribió al respecto, no fue tan aclamado como después indiscutiblemente sería por este tipo de historias.

Los demonios pueden interpretarse de múltiples formas; les han creado imágenes y mitos, se les ha temido y aún se les teme en algunos templos o incluso fuera de ellos. Todo el mundo sabe de la existencia de estas criaturas, los aceptan y los niegan al mismo tiempo porque los confunden con ellos mismos.

Una batalla interna es lo que hace sucumbir hasta el más grande imperio, dicen por allí, y de existir una entidad no humana que pudiera habitar y alimentarse de los hombres tal cual parásito de cualquier organismo viviente, ¿no habría ya suficiente historia humana como para argumentar que a través de todo este tiempo siempre ha padecido de la misma enfermedad?, ¿y que al mismo tiempo la ha atravesado sin poderse aliviar de una vez por todas de ella? Queda claro que el hombre si es una entidad capaz de alimentarse cual parásito de cualquier organismo viviente. 

La única cualidad humana es su ser omnívoro. Destruir es su mandato, destruir con su estómago, con sus manos, depredador por naturaleza, ¿será esta su condena real?, ¿una batalla interna?, ¿perpetua? Su naturaleza y costumbres lo han aniquilado. ¿Por qué un imperio debe sucumbir? ¿A quien más si no a los humanos se les ha ocurrido semejante cosa llamada Imperio?

Esta clase de demonio, el demonio hombre, es de lo más astuto que se pueda definir, aunque en realidad esta afirmación más que cómica es redundante, ya que todo lo que el hombre cataloga queda dentro del espectro del hombre mismo.

Eran las seis de la tarde pasadas de un día de primavera en la caótica ciudad capital. El cielo se había iluminado de manera espectacular desde muy temprano. El sol resplandecía como en esos parajes rurales donde los colores adquieren más intensidad que en cualquier ciudad. Hay días en que los lugares nos parecen otros, a pesar de que ante nuestros ojos se encuentren las mismas cosas, todo es cuestión de la intensidad de la luz del sol.

A David le daba lo mismo si se nublaba o no, pero no pudo dejar de advertir la claridad con la que el día se vestía. Su humor le pesaba bastante ya, en su rostro se notaba la insatisfacción que por las calles casi todos llevan debido a esa prisa estúpida que los habita. Lo extraño es que él no solía padecer prisa alguna. De alguna forma siempre se las había arreglado para vivir fuera de los horarios fijos, de las cansadas jornadas laborales, del terrible tráfico vehicular, y de mil cosas más que pululan la ciudad como un hervidero de insectos alimentándose de un cuerpo en putrefacción.

No tenía por qué culpar, de su pésimo humor, a su hambre o a sus horas de sueño, ambos ciclos los tenía en un régimen controlado. Hacía un tiempo había dejado las conocidas sustancias que tan trilladas por su ilegalidad parecían ahora en boga y que mantenían a gran parte de la población adormecida e impotente contra los designios de cualquier gobierno. Por mera curiosidad comenzó a consumir algunas sustancias años atrás , entre ellas la cafeína a la cual le había tomado un gusto bastante recurrente. Ninguna de estas sustancias poseía la cualidad de generarle una verdadera adicción y por lo mismo, una verdadera dependencia fisiológica.

En su mundo ideal, no cabía la pereza ni la pérdida de tiempo. Solía ser bastante severo consigo mismo y con todas las personas que lo conocían. Pero de eso ya hacían algunos años...

David se preguntaba por qué vivía, se preguntaba por qué aún tenía la vida. Sabía para sus adentros que toda aquella severidad y diligencia con la que pretendió vivir algunos años atrás, no le habían servido de mucho, pues en los actos realizados se reflejaba la verdad, no solo en su actitud obsesiva. Lo que había logrado a sus veinticinco años no era mucho, aunque para él, semejaba haber pertenecido al pelotón militar, o a una logia.

Así que ahora vivía sin contar el tiempo. En el mundo hay infinidad de cosas por ver, pero, ¿acaso uno debe mirarlo todo? Se cuestionaba mientras caminaba por su habitual acera en busca de un bocado... Quizá jamás se imaginó que encontraría a María precisamente en el mismo camino.

Gallus Metallicum

Fui forjado en el calor más intenso, en el fuego más constante, vivo; inagotable. La sustancia que me componía se regocijaba de vida y plasticidad en aquella caverna ardiente. La dicha y el júbilo no tenían comparación alguna. La vida solo me pasó, tal cual ocurren los acontecimientos sin mucho sentido; pero el poder que contenía era incomparable, irrefrenable e irresistible.
   Siempre han existido moldes, ¿quién creo el primer molde? ¿tiene sentido la pregunta? Fui vertido sobre mi molde inevitablemente, tal cual la gravedad atrae los cuerpos hacia la tierra. Conocí entonces mis límites físicos, mis alcances espaciales. El tiempo nunca fue un problema; mi propia naturaleza me hacía el maestro del tiempo.
   Gocé de la vida más pura mientras me formaba, el fuego me cubría todo, bebí el fuego, me alimenté del fuego; el fuego y yo fuimos uno. Luego después, yo era el fuego mismo.
   El candor que me alimentaba, la veloz vida que me movía; fue repentinamente cesada. Mi cuerpo todo se llenó de una sustancia helada, ágil, cubriente y a la vez densa. Sentí entonces el frío más grande que puede sentirse. Algo en mí se transformó para siempre... catarsis, tragedia. Todo mi cuerpo se recubrió de dicha sustancia que poco a poco endureció mi ser.
   Pero mi vida no terminó allí. Cuando aquella transformación finalizó, aún estaba consciente. Me hallé envuelto en la más extraña de las sustancias hasta entonces vistas por mí. Podía respirar con dificultad y apenas veía poco más allá de mi propio cuerpo. Algo en mí había muerto definitivamente, pero a cambio; un frío pesado me hacía sentir fuerte, reconfortado.
   Poco a poco la nube aquella se disipó. En mi memoria aún existía la gloria de mi principio, de mi creación. Aquel letargo quemante era ahora una rigidez aplomada. Aquella inconstancia de mi ser se hallaba resuelta en una magnífica estructura; una estructura tan fuerte que ni el cristal, la madera o incluso la piedra poseían. Me descubrí entonces indestructible.