Otto y Mariella

Mariella camina por las calles y canta, lleva consigo una bolsa mediana de color negro con distintivos beige. Sus piernas son llamativas cuando usa esos shorts de mezclilla cortos. Lleva puesta una blusa muy ligera de apenas unos cuantos gramos de peso que a través del algodón blanco, deja entrever su sostén color verde esmeralda. 

No le molesta interrumpir su camino cuando de amigos se trata; siempre está lista para una coincidencia. Mariella comparte la lujuria desde hace algún tiempo con hombres mucho mayores que ella. No le molesta enfrascarse dentro de una contienda sexual donde sea que ésta acontezca.

Ella sueña con ser una prestigiosa cantante de ópera, parte del camino lo tiene ya recorrido; se perfila para grandes presentaciones como solista y como miembro del coro de madrigalistas. A sus 17 años impresiona a la audiencia en la sala de conciertos del conservatorio.

Le chiflan, la miran, la siguen, la cuestionan. Por las calles se escucha su voz de soprano coloratura que acompaña su andar. Es poco habitual escuchar con tanta claridad alguna pieza operística por las calles de la ciudad.

Mariella teme perder la cordura un día y entregarse a sus pasiones perdidamente. Teme perder el sentido común y sobrepasar la barrera del equilibrio. Cada día se mira a ella misma como un ser de creciente insensibilidad ante la humanidad. Mariella dice que Otto, su perro, es lo mejor que le ha pasado en la vida.

Se muda de aquí para allá, comparte el sitio, vive acompañada, vive sola. Tiene un novio pero no se niega a sus vicios favoritos con aquellos a quienes considera merecedores de sus encantos. Se complace mirando a la nada con una rebanada de pay de frambuesa en un café, justo antes de que la lluvia invada la calle. 

Ella no se considera bella, pero ¿Quién necesita de eso cuando se es tan talentoso? Su belleza está en el aire, que a sus ordenes vibra, invadiendo el espacio de sonoridad.