Sombrero




Recuerdo que hace poco alguien por allí decía que le gustaría morir en orden, que sería muy de su agrado no dejar deudas, ni problemas legales a sus familiares. Nadie tendría que pelear por sus propiedades, nadie reclamaría sus objetos porque no existirían, porque todos los habría regalado ya, porque se habría deshecho de todo, donado sus libros, vendido los muebles.

Dicen también por allí que el sonido fue el causante de las formas, aquello que dotó a la materia de orden, de apariencia. Primero fue el sonido... después la palabra... la imagen. El sonido entendido como vibración, frecuencia.

¿Una epidemia de ciegos? Podría convertirnos de nuevo en sonido. Las emociones y el sonido están ahora atados a los códigos genéticos...

-No consigo pensar, no lo logro. Es como si se impusiera sobre mí una pesada pereza. Tan pesada que triturara mis sienes desde la primera luz del día hasta la más oscura y fría noche, día tras día, noche tras noche. Un machete de sombrero, sin filo, clavado a la fuerza, al peso de su acero denso, sucio, marcado de constantes choques y chispazos contra la piedra. No hay sangre, es una presencia pasiva, progresiva, constante, inquietante y silenciosa... pesada, muy pesada.

No consigo pensar, escucho, veo, incluso siento, pero no pienso. Recuerdo la sensación de conocer la fuente del pensamiento, recuerdo su movimiento. Un fluir continuo, incansable, del cual solo bastaba servirse, para hablar, para escribir. ¿En qué momento fue innecesario realizar esa tarea? ¿Dónde ha quedado ese pozo? ¿en qué momento se postró un cubo sellado de acero sobre mis hombros? 

Escucho el sonido de una campana, ésta golpea con regularidad, a intervalos de tiempo exactos. Entre cada intervalo vienen ondas metálicas también, no es un gamelan pero se asemeja, tampoco podría asegurar que se tratara de una armónica de cristal, pero es lo más parecido. La nieve y su imagen aparecen, su temperatura, la manera en que se transforma en un líquido lodoso antes llamado aguanieve. Entonces sopeso lo incómodo de su textura, de su humedad.

Insoportable presencia propia, pequeños dolores hemisféricos, recorridos eléctricos truncos. La fascinación se ha marchado. Una mujer vestida de fascinación, vestida de llamativa esperanza vital. Insoportable continuidad del presente, inefable e inasible levedad del pasado. Ambigua construcción de un futuro florido, campestre, donde un sol brilla aún, un sol de media tarde. La hermosa combinación justa entre el color naranja y el verde. 

Huele a hierba, a hierba pisada, a camino trazado con los pies desnudos, a suave pasto quebrado que libera su sangre. La presencia del agua es clara, el camino misteriosamente boscoso, el lugar de la madera. La vereda la lleva a los lados, y ésta, la madera, conserva su corteza, y su corteza conserva la vida que guarda el moho, y de nuevo, los olores. ¿Quién dijo que la putrefacción era desdeñable? delicioso tránsito entre la vida y la muerte, entre la muerte y la vida.

Se congrega en su contenedor, su sangre se nivela como instrumento alineado de carpintero, el peso de la sangre es particular. El movimiento consistiría en llevar de un lado al otro la propia sangre a través del cuerpo y regar con ello los ávidos desiertos de nuestra pereza, incapaz del pensamiento.



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